“El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”, M. Proust
Su cabaña había sido levantada por los innumerables obreros moleculares del Arquitecto. La encontró tras atravesar un pequeño pero tupido bosquecillo de árboles endémicos de la zona, ahí mezclándose la sombra del chereco con la del arabisco, la del ceibo con la del cholán morado, ahora sabe sus nombres vulgares junto a otros individuos vegetales que entraron en la fiesta aromática de bienvenida regalando los efluvios de flores de variado color, ya formando ramilletes blancos, ya siendo cálices rosados o campanillas azules. La luz filtrándose entre el ramaje, daba a las hojas secas del suelo una profundidad claroscura que hacía un cuadro salvaje e inconmensurable ante él, parecía sacado de una de las espirales para andar largo de Valle del Silencio, era como si Mente VS lo hubiese colocado en el punto de partida del sendero que al final lo agasajaría con el hallazgo de un refugio hecho a medida para satisfacer sus deseos de reposo, y de aprovechar la belleza silvestre caleidoscópica de turno, mientras se nutría con los manjares dispuestos por ubicuo Gastrónomo. Pero, no, se trataba del arbolado acceso posterior al hogar de Rancho Pm.
“Después de unos noventa pasos te toparás con el ingreso trasero a tu cabaña, disfruta como un bendito descubriendo lo tuyo. Mi morada está a solo dos kilómetros más allá, somos vecinos, estamos conectados por la Calzada del Inca y el río Colambo…”, le había dicho Hypatia girando en redondo tras haberlo rebasado, parándose en seco unos cuatro metros adelante de él, interrumpiendo la caminata sostenida -incomparablemente menos ralentizada que la del Túnel Brujo- que vino haciendo por la Calzada del Inca. Hypatia lo sacó del relajado monólogo -que no lo avasalló con las imágenes e ideas trepidantes inmediatamente después del posaterrizaje- para darle la instrucción final, y esto para él fue pasar de una al júbilo de constatar que su cuerpo caminó con el automático puesto, a la manera de las vueltas que da en las dos hectáreas que abarca su piso del Cachalote. Hasta que Hypatia se colocó frente a él prácticamente se olvidó de su presencia, no habían cruzado palabra desde que salieron de Frutería Porfirio, ella pasó desapercibida durante el trayecto que lo dejó al pie de la trocha que atravesaba el bosque trasero de su nuevo hogar; solo al rebasarlo y pararse frente a él, volvió a tener la fuerza gravitatoria que caracteriza al Neoterrestre. Cuando ella se alejó por la Calzada del Inca, habiendo señalado el sendero del porvenir del recién aterrizado, concluyó su tarea de guía del mismo en Valle Lúcido, y qué bien lo hizo, en adelante él sería un explorador terrestre. “Pronto nos volveremos a ver, y a tocar…”, fue lo último que oyó de Hypatia antes de continuar su camino, y, cada vez que trae a colación el hallazgo de la cabaña del campesino, esas palabras recrean el instante en que ella rodeó su espalda con sus brazos desnudos, provocando chasquidos eléctricos que se repiten en nuevos presentes.
Desde que aterrizó ha venido sintiendo minichoques eléctricos producto del contacto de su piel de Neoterrestre con la tierra viva y sus vástagos, así su mente se distraiga de la realidad natural de su entorno. Son variantes del abrazo de Hypatia, con el añadido que es él quien abraza a los árboles, y en cada salida y retorno a su hogar, siente un sacudón general que presagia aventuras sin par en Valle Lúcido, y más allá aún. Cuando se echó a andar por el angosto sendero que los diminutos sirvientes del Arquitecto habían trazado a su hogar, intuyó que lo aguardaba festivo asombro una vez que ponga pies en él. La arcaica calzada de bloques de piedra azulada, amplia y rectilínea le vino tan extraña como amable para la tracción de sus pies, aunque no tiene parangón con ninguna trocha de Valle del Silencio ni con las veredas acolchadas de los nocturnos jardines del Ágora. Una vez que tomó el caminito de tierra a su cabaña, se cargó con la sensación de que estaba inmerso en una trocha escondida y estrecha de las que Mente VS crea para que sea irresistible. Aunque fue advertido que el acceso posterior de su casa apenas contaba con noventa pasos de longitud, lo que vio fue un sendero culebrero que lo invitaba a internarse en la penumbra del dosel, como si fuese a experimentar los ensueños que le trae una caminata extensa en lo desconocido de Valle del Silencio, hasta dar con el refugio sorpresa que anuncia el fin del recorrido.
La cabaña mimetizada con el bosque, hecha de multimadera integrada molecularmente, fue una especie de narcótico en cuanto puso píes dentro de ella, de repente le sobrevino un fulminante deseo de dormir. La casa de un campesino es levantada bajo la modalidad de construcción cuántica del Arquitecto de Valle Lúcido, y su funcionalidad y apariencia es la que el Neoterrestre le transfiere a través de su personalidad, consecuentemente su hogar viene a ser una extensión de su personalidad. En un principio es una estructura informe y sin espíritu, a la espera de que su dueño la llene con su presencia. Lo que hace el Arquitecto es montar un hogar a imagen y semejanza de lo que percibe de su ocupante. La morada de Rancho Pm, se levantó en un altillo panorámico, su frente es una vitrina elíptica que nace del tupido bosquecillo trasero al cual no tiene ventanas. La edificación, a espaldas del cerro Cimarrón que está cubierto por festivos faiques, domina a simple vista la finca que en leve declive llega hasta el río Colambo, serpenteando doscientos metros más abajo, siendo el trémulo resplandor de sus aguas cristalinas uno de los bocados exquisitos del menú de paisajes, de cercanías y lejanías, que agasajan al observador. El Arquitecto, aprovechó el primer sueño profundo que tuvo el dueño de casa para, al tenor de sus íntimos deseos, decorar el vacío con objetos y colores que van de acuerdo con su personalidad. Cuando traspasó la abertura del muro musgoso que tenía ante sí, que era el umbral de una construcción que cerraba el bosque, un alegre cansancio lo invadió impidiendo al ansiado recorrido de reconocimiento del hogar Neoterrestre; y fue, por un instante, como si estuviese de regreso en su piso minimalista del Cachalote después de una larga caminata, listo para rendirse a la sagrada siesta que dure hasta la hora del té con pastelillos, y el deseo de posponer todo para la tarde lo sumió en el reposo. Creyó haberse tumbado en un lecho ubicuo y de relajante materia invisible, tal como lo hace en la altitud cuando se entrega al mundo onírico. La diferencia fue que sintió que este hogar estaba enraizado en la tierra, era un árbol fractal.
El Arquitecto -tal cual se lo comunicó una vez que despertó-, en el lapso que le permitió el durmiente, le dio forma a un hogar en medio de la naturaleza de la cuenca del Colambo, mimetizándose en ella. Nada de lo que encontró al abrir sus sentidos tras reparadora siesta era compatible con su planta del Cachalote, y, sin embargo, el ambiente y sus detalles arribaron íntimamente familiares, la mano hábil del Arquitecto se notó ipso facto. No tenía referencias de su cabaña antes de caer dormido ni bien atravesó la puerta abierta de pared musgosa por donde se ingresaba a una claridad despejada que ponía límite al claroscuro boscoso, apenas la visión desde el umbral del amplio espacio cercado por ventanal elíptico que de entrada no remitía cuadro bucólico alguno, solo deslumbraba. No llegó a aproximarse lo suficiente para observar lo que se mostraba fuera del ventanal porque se plantó a dos pasos de la puerta que se cerró tras él, de ahí que automáticamente creyó estar en el vacío piso luminoso del Cachalote, luego se apoderó de él la gana de sestear. Fue lo mejor que pudo haber hecho, y a la verdad estaba obligado a hacerlo para tener el glorioso despertar que tuvo en Rancho Pm. Incorporarse y andar vino a ser una comunión con su morada enraizada a la tierra. La realidad de la casa que lo acogió estuvo por encima de lo que había ambicionado despierto y dormido en Valle del Silencio, merced a lo que visionó de las moradas terrestres de los individuos Homo sapiens que le permitieron ver los interiores y exteriores de sus residencias a ras de tierra vegetal, como el florido hogar de Virginia Woolf, o la diminuta cabaña en la Selva Negra a la que acudía el filósofo Martin Heidegger para tejer su galaxia, o la morada arbolada en Santos Lugares del doctor Sabato, o el solitario refugio en medio de bosques septentrionales del músico vikingo Gaahl, o el reducto para el minimalismo extremo de Henry David en el lago Walden, o la mansión de Monet rodeada de nenúfares. De los tantos hogares que visionó de sus maestros, uno de los que más le atrajo fue el del profesor Pacchi, levantado en el tardío Antropoceno, y ese sería el que más se acerca al suyo en cuanto al medio ambiente de Valle Lúcido. Las dos hectáreas vacías de su piso del Cachalote no tienen correspondencia con la morada del Neoterrestre, y eso contribuyó a apreciar de inmediato lo que se le había dado en Valle Lúcido, no menospreciando lo que se le había dado en Valle del Silencio, al contrario, sin el goce de la altitud del Cachalote no tuviese la contrapartida del placer terrenal de Rancho Pm. En su recorrido inaugural de la cabaña, el Arquitecto, hizo la entrega de su obra con la satisfacción de un artista que se precia de la misma, y no dejaba de pedirle su parecer de esto y lo otro, diciéndole, por ejemplo, “¿te satisface tener una biblioteca así?”, y él, Palamedes, respondía agradecido desde el fondo su alma “sí, sí, me encanta”, pues, todo lo que veía y empezaba a palpar por inercia era extraordinario, tenía la impresión de estar husmeando en un mundo de extraña belleza pero muy suyo a la vez. Cuanto se había integrado al hogar por vía del Arquitecto, había nacido de las ideas del usuario. El Arquitecto supo concretar un hogar terrenal afín con los deseos del dueño de Rancho Pm, éste solo tuvo que abrir los ojos y palpar las cosas para cerciorarse que estaban ahí, al alcance de las manos. Si bien fue el Arquitecto el artista que materializó los ambientes de la casa del Neoterrestre Palamedes, no quita que se sienta copartícipe de la creación de su morada terrenal. Fue como si el Arquitecto la hubiese levantado con la misma estructura que está hecha la unidad fractal del ocupante, no hubo transición sentimental entre su piso en las nubes y la cabaña mimetizada con el piso vegetal.
“¡Bienvenido, Palamedes!”, había exclamado más de una vez el Arquitecto hasta llegar al final del recorrido inaugural, embutido en el holograma que le vino grato al dueño de casa apenas apareció, acoplándose a su personalidad como un compañero de fatiga en la construcción del hogar, con el que había que congratularse mutuamente por el buen gusto. “¡Bienvenido, tú también, Arquitecto!”, replicó más de una vez jocosamente. A horas de haber dejado el caminito del acceso trasero -que por reflejo de los senderos de Valle del Silencio, aparentaba un porte kilométrico- tuvo poniéndose a su disposición al Arquitecto que se hizo entrañable en cuanto lo guió por el espacio oval al que había dado diversidad temática, avisando que para cualquier cambio o añadido en los ambientes únicamente debía llamarlo con un chasqueo de dedos. La figura del Arquitecto no existe para los residentes de las torres zoomorfas de la megalópolis, porque allí el urbanícola nace, vive y se desintegra en un piso vacío, preconcebido para que lo llene la personalidad del ocupante temporal, sin que objetos permanentes estorben a la circulación: una mesa, una silla, un lecho, etcétera, se integra con materia invisible por el tiempo que es útil al usuario, luego se deshace automáticamente. El ático del Cachalote lo ocupó su antecesor Marco Aurelio, y después de él, Palamedes, será de su sucesor -el que Mente VS a su momento creará, otro embrión de Psíquico será insertado en la burbuja de la Nodriza-, mientras que esta edificación hecha a su medida en Rancho Pm, cuando la abandone, se esfumará con el dueño como si no hubiese sido levantada sobre piso vegetal, a poco de aterrizar tuvo claro que todo campesino se devolverá a su cuna aérea a la hora del fin de su generación. El extremo minimalismo del piso que habita el Homo aerius, se ha trocado en una mansión con formas y ambientes propios de una calidez terrenal concreta -solo imaginada en las alturas del Cachalote-. Su vivienda terrenal no imita el barroquismo vegetal de la naturaleza circundante, tampoco recrea el minimalismo extremo de las dos hectáreas de su residencia aérea. Acá no requiere de la amplitud sin estorbos que en las torres zoomorfas es imprescindible para que el Homo aerius camine con holgura cotidianamente, pero cuenta con un espacio suficiente en función de circular y contemplar tras el ventanal polarizado de tres metros de alto que de punta a punta abarca ochenta metros de longitud. Su morada elíptica, que en su parte más ancha tiene veinte y cinco metros de fondo, ofrece modulada claridad en las horas solares, como si aquí y allá se encendieran y apagaran tragaluces acorde con el estado de ánimo del dueño de casa. Dentro de la vivienda hay divisiones sutiles, detalles que crean rincones para los distintos estados psicofisiológicos del campesino, que no afectan la circulación sino que la adornan con muebles inspirados en los hogares de artistas y pensadores Homo sapiens. “Tu casa alberga patrones geométricos para engendrar belleza con la gama de colores y vetas de la multimadera; es armonía caótica en su conjunto elíptico; es la materialización ergonómica del estudio-biblioteca que soñaste, de la sala-comedor que soñaste, del dormitorio renovador-celular que soñaste; en fin, de la pinacoteca-filmoteca-discoteca que soñaste. Esa suma de contrastes interiores tiene ventanas diáfanas, la elipse panorámica, que te abre tanto a la lejanía de arrugados lomerales como a la cercanía que desemboca en el río Colambo…”, había dicho el Arquitecto.