El oriente es completamente ajeno a un mundo globalizado. Su gente, sus animales y sus paisajes están insertos en un tiempo más lento y pleno de envidiable Identidad.
El oriente se impone ante quienes lo habitan y lo visitan. Rescata en ellos emociones de osadía y firmeza, al tiempo que los limita en un marco de sabiduría y respeto al medio y a la pluriculturalidad que prima y que rige como mayoría elemental.
Para entrar en esta casa de misterios y regalos es indispensable el consentimiento de cada uno de sus habitantes; hormigas, plantas, agua, piedras, nubes, y todo ser vivo allí omnipresente.
En la vida, así como en esta casa tupida y profunda, donde los tiempos existen de acuerdo a una definición suprema, es necesario limar la expectativa de aventura y entrar con cautela, siempre alerta a los pálpitos que si bien persiguen un renacer energético, nos ayudan a partir con prudencia y evitar caídas.
En el oriente los sentidos son el medio exclusivo de diálogo con los seres vivos de alrededor, y los presentimientos la única instrucción.
En Galápagos se define el límite que la capacidad de asombro introduce entre lo mágico y lo insignificante. Las mantarayas acarician el mar con sus alas, las gotitas brillantes de arena blanca contrastan con el suelo volcánico petrificado; los lobos marinos te miran bajo el agua y juegan contigo.
Las islas giran y te envuelven entre pingüinos y corales, piqueros y peces de colores, iguanas y cactos; entre lagunas y tortugas; miradores y playas rojas; entre el mar turquesa y cuevas oscuras; entre ambientes de colores grises de árboles secos y tierra árida, y escenarios con olor a humedad, lluvia y habitante verdes.
El tiempo hizo una pausa en las islas, y cada una de ellas vibra y brilla con una luz propia verdaderamente intrigante; en unas es roja, en otras azul intenso, en otras amarillo tierra, en otras blanca. A veces tenue y opaca; otras brillante y ardiente.
Cuando se pasa de una isla a otra se siente como si se estuviera pasando de un mundo a otro en un videojuego; premiado por haber pasado el anterior y con la expectativa de qué mundo exótico e indescifrable viene a continuación.
Los paisajes y los habitantes de la Sierra invitan al visitante a festejar el descubrimiento de embelesos inagotables. Ni siquiera el frío o la niebla detienen el latir de las estrellas en las mejillas pasposas de las lagunas, de los árboles y de los nevados.
La sierra acurruca los sentimientos más románticos y los traduce en cultura. Festeja su alegría y la eterniza en paredes de adobe, en calles de piedra, en techos de paja, en sombreros y en ponchos coloridos.
La sierra templa el deseo de trabajo, inquieta a su gente y la aproxima a un esfuerzo incansable. Le recuerda al habitante que su mirada debe ser diseñada con sus propias herramientas, con aquellas que tiene a la mano, que solo con alzar a ver las encuentra y que le ofrecen el coraje para coronar sus metas,… sus altas cumbres.