Ahora que estoy entre rejas, mientras fuera el mundo maravilloso electriza a cada transeúnte somnoliento, ahora siento cómo el virus es sepultado por otro, u otros… y es que siendo un simple código las rejas son un verdadero muro de fuego, que si lo tocas ardes. Empiezo a recordar y me es difícil decir si el estar en esta prisión informática es realmente peor que… La ‘vida’ postrado en un catre, agonizando, a obscuras, en silencio; repleto de sueros químicos. La máxima de “No tendrás nada y serás feliz” es la realidad, aunque todos medran en la abundancia óntica.
La tarde estaba muy fría y ventosa, mientras caminaba por esas callejuelas antisépticas y brillantes en exceso; una vitrina con toda su glotonería expuesta mediante luces de colores, me provocó salivación, si en realidad el término aplica en estas épocas de modernidad. No tenía los fondos suficientes en la “crypto wallet” –¡qué importa! –me dije. Acto seguido, haciendo honor a mi época de troglodita, estampé una patada en la vitrina. No se rompió, y para colmo de males los pasteles desaparecieron, y en su lugar asomó una belleza cuántica, que ni rastro tenía de Aldonza del Toboso, diciendo con almibarada vocecilla:
-Fue un accidente, no hay porqué alarmarse. Sentimos mucho que el cristal estuviese tan nítido y que usted no se diera cuenta. Se le ha recompensado con dos mil satoshis.
Sí, claro, aunque es ventajosa la impresición para detectar el motivo de los actos volitivos del humano –gruñí. Como si aquella miseria alcanzara para un ristretto geisha y medio pastel de naranja. Acto seguido, embelesado por las delicias que volvieron aparecer, ingresé como cualquier muerto de hambre, desesperado, agarré medio litro de café y una tarta entera. Tragué todo, o casi todo, sabía que el ardiente ristretto no me haría daño, o no lo sentiría, en fin, la programación evitaba que aquel que estuviese en el catre, sintiera ardores o dolor, cuando el acto no era producto de un castigo -merecido es de creer- o de algo que entendieran las mentes futuristas. Casi no me dieron tiempo a que los veloces sensores engañasen a mi cuerpo; como en toda matriz, los códigos informáticos actúan sin miramientos, mi espeluznante simulación corpórea –avatar lo llama la masa- fue a dar en el confinamiento carcelario para los rebeldes hambrientos. ¿El juicio? Sí, todo pasa como un rayo de luz.
Finalmente fui sentenciado a morir encarnado. Exiliado de aquel mundo de fantasía, en el cual todos eran bellos e inteligentes, tenían todo y al mismo tiempo nada. “No contaminaban “un mundo simulado. Pero la naturaleza fractal del universo siempre ha de parir rebeldes.