…o la polución que envuelve a la vida.
Despierta el millonario, respira profundo, y aunque esté en su mansión, respira los contaminantes gaseosos del mundillo moderno plagado de vehículos, aviones, barcos, fábricas que funcionan quemando combustibles fósiles; quizá sean gases matizados por los aromas que brindan los aerosoles y demás volátiles pastillas de buen olor que ha comprado y que están por doquier en sus aposentos. Su primer “pensamiento” es ir a por su ordenador portátil, su costoso y último modelo de Smartphone, entonces se sumerge en otra nube tóxica, el invisible tallarín que lo invade y perfora todo, está quemando sus ojos, sus viseras son traspasadas como mantequilla, y alguna que otra célula se ve retocada en su núcleo dando lugar al cáncer. Toda su mansión está repleta de repetidores y amplificadores de señal inalámbrica, además de que su plan de datos móvil siempre está encendido. El resto de sus humanos familiares, despiertan y hacen lo mismo, todos pegados a la pantallita espiando las fotografías de sus seguidores y de sus ídolos a quienes siguen. Van al desayuno sin siquiera mirarse, están “muertos” internamente se detestan, no lo aceptan, pero “aman” a las criaturas virtuales que aparecen en sus redes sociales, desean perderse y escapar mirando vídeos absurdos y grotescos, leyendo dos o cuatro palabras incoherentes y necias. El chismorreo los abstrae mientras degustan snacks, babean mientras comen, con parsimonia remueven las babas, la sal y el aceite de sus pantallas táctiles. Adoran la perniciosa comida porque “aman” al “nutritivo” aceite de palma, festejan en su inconciencia la deforestación de las selvas tropicales para sembrar Palma Africana. Se han saciado, de comer, pero no de husmear el mundillo virtual de los memes, se levantan por inercia, caminan como momias modernas, agradecen la deformación de su esqueleto que les permite estar encorvados “disfrutando” del mundillo de sus avatares en las redes sociales; se visten con finas prendas fabricadas por esclavos y comercializadas por envidiables marcas, por exitosas empresas y empresarios que son la envidia de los “empresarios y gerentuchos” de sus propias familias. Se montan impávidos en sus coches, cada uno en el suyo, se llenan de entusiasmo dando inicio al nuevo día quemando el aire del planeta y generando monóxido de carbono. El miembro familiar más “consciente” el más “ecológico” tiene coche eléctrico, no de batería de hidrógeno, sino de esas potenciadas baterías con las mal llamadas “tierras raras” que no son ni tierras y menos raras, son muy abundantes y sacadas de las entrañas de Gea por esclavos miserables, abriendo bocas enormes en medio de cualquier bosque, páramo, lago, lo que fuere para tener poderosas baterías que lo ayuda a auto engañarse sobre el cuidado del “medio ambiente” usando electricidad y no combustible fósil. Esta “ecológica criatura” potencia el uso de los electrónicos, en todo y para todo, hasta para secarse las cerdas, ignorante como todos, o quizá malévolo sabio, rechaza que todo lo eléctrico y electrónico se genera a partir de los lantánidos. Dice que su huella de carbono es la mínima, dice haber invertido millones en sembrar árboles, no sabe si de la especie endémica correcta o no, tampoco sabe si los árboles sembrados viven o murieron antes de germinar.
Despierta el miserable, su primer acto de consciencia es envidiar la vida de ese otro, de aquel millonario que ha puesto un muro entre sus tierras y las tierras del proletariado. Luego, su faz se ilumina ante el llamado de su dios, lo ha dejado engullendo electrones toda la noche, está presto a mostrarle el camino hacia el olvido. Lo enciende…
En el comedor, los fantasmas alrededor de la mesa, no se miran, sienten el mutuo asco de su existencia. Ingieren lo que hay, bastante harina y aceite de palma, suspiran por el hedor de los tóxicos gases de su barrio, se sumergen en la invisible marea de lombrices radio-eléctricas, se arrullan con el tronar del mundo moderno: La bella melodía de ronquidos de los buses mientras expelen fétidos olores, espantosos colores, gases llenos de “vida” delicioso plomo, calentito monóxido de carbono… y que belleza de efectos, pintan las paredes, ennegrecen las pocas hojas de las raquíticas plantas que “viven” entre los agujeros inmundos de las aceras de la ciudad de la muerte.
Se embarcan en las entrañas de un nauseabundo transporte, que raudo y salvaje circula entre los coches de los millonarios mientras el enfurecido chófer golpea el claxon para destrozar los oídos del transeúnte y del millonario… la realidad es que sus largos pitidos acompañados de inenarrables insultos se ahogan entre los ruidos de los enormes parlantes que hay en cada tienda, farmacia, concesionario de autos… En la panza del destartalado transporte público, las sandeces y el ruido ensordecedor que inunda todo, le llaman música, pero los marchantes tienen a su “dios salvador” maniáticamente repasan sus inmundos dedos llenos de bacterias por la delicada y sensual piel de la pantalla de su Smartphone, miran de reojo con repugnancia a su vecino que tiene un mejor aparato… miran de reojo con no disimulada envidia y odio al millonario que coincidió con él en un semáforo; luego sienten placer del aparatoso choque que ha sufrido el cretinito millonario por estar distraído en la “mágica piel de imágenes” de su costoso Smartphone, el bruto –dice el pobrete, se chocó por “andar comiendo y chateando mientras maneja” Un momento de risa, un desahogo; el millonario también viajaba disfrutando de la misma “música” y antes de colisionar con el afrentoso que deseaba poner su coche más grande delante de él, lanzó a la calle las sobras del cevichocho, que compró al tendero ambulante en cualquier esquina.
¡Oh, Señor!
Qué espantosas son tus criaturas,
estirpe asquerosa y sospechosa.
Carl von Linné
Hominidae homo, sí.
sapiens no.
Homo cretins,
Homo crassa,
Homo predator,
Homo praedo,
Homo fumus,
Homo tumultuantem,
Homo servus,
Homo polluat.
Y por Smog, pronto,
Homo extincti.